La canción del mañana by Samantha Shannon

La canción del mañana by Samantha Shannon

autor:Samantha Shannon [Shannon, Samantha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Distopía
editor: ePubLibre
publicado: 2017-03-07T00:00:00+00:00


12

La fortaleza

Dejé que me convencieran para volver a la casa de Hari a dormir una horita, decisión que lamentaría amargamente. Poco después de que regresáramos, un amigo de Hari llamó para decir que iban a hacer una inspección de la fábrica de SciPAM más cercana, lo que suponía un aumento de la actividad del Gobierno durante las horas siguientes. Hari se negó categóricamente a dejarnos salir hasta que hubieran acabado.

Cuando llegó la mañana, yo ya estaba caminando arriba y abajo por la buhardilla, consumida por la frustración. Parecía que el reloj se burlaba de mí. Cada segundo que pasaba era un segundo más que la Orden de los Mimos seguía atrapada, y hasta ahora nuestra misión no había servido para nada. No podía imaginar cómo lo llevaría Nick.

A mediodía perdí la paciencia y llamé a la puerta de la habitación de Hari.

—Un momento —respondió él, pero yo ya estaba entrando.

—Hari, no podemos espe…

No pude acabar la frase; las cejas se me dispararon hacia arriba.

Las cortinas de la ventana estaban corridas. Hari estaba en la cama, apenas había tenido tiempo de levantar la vista, y con el brazo rodeaba a Eliza, que tenía la cabeza apoyada en su hombro. Ambos estaban despeinados y tenían cara de sueño.

—¡Por todos los demonios, Paige! —exclamó Eliza cuando me vio, y tiró de las sábanas para cubrirse los hombros desnudos.

Yo carraspeé, sin saber qué decir.

—Subseñora… —dijo Hari, tanteando la mesilla en busca de sus gafas—. Perdón…, eh… ¿Va todo bien?

—De lujo. Si habéis… acabado —dije—, ¿te importaría comprobar si ya podemos salir?

—Sí, claro.

Me retiré todo lo rápido que pude. A mis espaldas, oí que Eliza mascullaba algo que sonó como «esto no lo superaré».

Tendría que haber aprendido ya hacía muchos años a no entrar en lugares cerrados sin permiso. Esa costumbre me había metido en muchas situaciones complicadas cuando iba a recaudar dinero para Jaxon.

Jaxon… Me lo imaginaba fumándose un puro en el Arconte, sonriendo, socarrón, viendo como el ejército iba tomando el control de Londres.

Ya en la cocina, me puse varias capas de ropa mientras esperaba a que llegaran los otros. Hari apareció al cabo de un par de minutos, con una camisa limpia y la cabeza gacha.

—La inspección acaba de terminar —dijo—. Ya podéis ir, si queréis.

—Bien —respondí, ajustándome la chaqueta—. Deberíamos estar de vuelta dentro de unas horas.

—Yo estaré trabajando. Venid al mostrador cuando volváis y os daré la llave.

En el vestíbulo me encontré con Maria y Eliza —esta última sonrojada—, y, juntas, nos pusimos en marcha hacia la estación del monorraíl, bajo una lluvia fina. Mientras esperábamos nuestros respectivos trenes, Eliza susurró:

—Lo siento, Paige.

—No tienes que pedir disculpas. No soy la brigada antisexo.

Ella contuvo la sonrisa.

—No. Pero no debería distraerme. —La lluvia le goteaba en la cara—. Es que… hacía mucho tiempo.

—Mmm —respondí, soplándome las manos.

—No hagas nada temerario cuando estés sola por ahí —me dijo, dándome un suave codazo al ver llegar mi tren—. Cuando te subes a un tren, tienes la mala costumbre de no volver.

—¿Cuándo he hecho yo



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